x Francisco Venegas
Profesor Historia
Magister (c) Historia
Temuco
Profesor Historia
Magister (c) Historia
Temuco
En 1992 era un despistado estudiante de tercero medio, de pocos y buenos amigos, todos provenientes de un entorno social de clase media baja en la ciudad de Temuco, con muchas carencias materiales, pero con padres preocupados que nuestra carrera como estudiantes no terminará al salir de cuarto medio, sino que se extendiera a la universidad estatal y con la bendición de un buen crédito fiscal. La educación universitaria era el camino para salir de la pobreza, en un Chile altamente competitivo en lo profesional y económico, en la televisión escuchábamos hablar del “Jaguar” de Latinoamérica y nosotros no queríamos ser gatitos. Para un estudiante secundario de un importante liceo municipal, más por lo numeroso de su población estudiantil que por resultados académicos, el éxito estaba garantizado por un buen promedio de notas y un puntaje igual o superior a 600 en la P.A.A, seleccionando una carrera top, como Ingeniería o Medicina prioritariamente y Derecho o Periodismo en segunda instancia. Por eso llamó tanto la atención de mis docentes y la molestia familiar, que un alumno de buenas notas y el único hasta ese momento del clan familiar, con reales posibilidades de entrar a la universidad y terminar su carrera, optara por estudiar Pedagogía en Historia, Geografía y Educación Cívica. En una sociedad elitista, como la del 92’, era mal visto que un joven estudiara la carrera docente, mal pagada y de segunda categoría, aún peor decidiera apuntar a una disciplina que gusta escarbar en el pasado, que en esos años de jaguares, se quería olvidar.
Superados los obstáculos académicos y familiares, mi paso por la universidad fue vertiginoso, seductor, potente ideológicamente y enriquecedor intelectualmente, sin embargo había una pregunta que rondaba en mi cabeza. ¿Por qué estudiar la historia? Las respuestas eran varias y heterogéneas, algunas superficiales del tipo: “Me iba bien en el liceo, en esa asignatura” o “Me gusta leer”, otras más profundas “La disciplina histórica, estimula mi conciencia social”, “El que no conoce su pasado histórico, no conoce la sociedad en la que crece y desarrolla su civismo” cabe decir que ninguna de estas respuesta me daban satisfacción. Mis compañeros de carrera, pensaban en forma similar y ninguno de nosotros nos veíamos haciendo clases, sino que investigando, escribiendo ensayos, artículos y libros de la disciplina, todas las asignaturas de la especialidad las disfrutábamos y las de Educación las ignorábamos, criticábamos y solo cumplíamos por la exigencia de la nota: “Todos íbamos a ser historiadores”. Una cierta soberbia intelectual nos cubría con un oscuro velo, sí todos los grandes historiadores chilenos eran autodidactas, nosotros que estábamos en la profesionalización de la disciplina, editaríamos algún interesante e importante estudio histórico, de preferencia novedoso y nunca visto, lo decía Juan Eduardo Vargas[1] “Los historiadores autodidactas pasan del arte en el siglo XIX, a la profesionalización en el siglo XX” “La investigación histórica se aprecia como medio de desarrollo de la riqueza política y aumento del bienestar”. Con esa idílica imagen cursamos con un grupo de buenos amigos y colegas, la carrera universitaria entre 1994 y 1998.
Al terminar la carrera, vivimos los problemas que describe Augusto Salinas[2] , sobre el escaso número de publicaciones, la dificultad para optar a buenas ayudantías, todas sin paga y las inciertas posibilidades de acceder a estudios de post – grado, sumado al hecho que durante el último año de carrera, se nos exigió construir una tesis enfocada más a la docencia, que a la disciplina, lo que nos provocó distintas etapas anímicas, rabia, decepción, protesta, miedo, sumisión y aceptación. Con molestia veíamos a compañeros, que por su poco manejo intelectual en la disciplina, se habían refugiado en el activismo de la educación y ahora al final del proceso, tenían cargos administrativos en la universidad, con estudios de post grados en educación, pagados por la universidad y nosotros, destacados en la disciplina, preocupados por la investigación, que porfiadamente hicimos una tesis con un 80% de pura disciplina histórica, colocando como un mero adorno metodológico el 20% restante a la docencia, estábamos con nuestra carrera terminada, con nulas posibilidades de post – grados en la disciplina, que solo se estudiaban en Santiago y en el extranjero, ahora no solo nos preguntábamos ¿Para que estudiar la historia?, al ver a compañeros en trabajos administrativos y otros listos para hacer clases, la pregunta se transformó en ambigua afirmación : “Pero, sí hemos estudiado Historia” no administración o docencia, pero claro, olvidábamos algo fundamental, no solo estudiamos 5 años de Historia, nos formaron como “Profesores de Historia”. Asumir nuestro futuro docente, nos permitió reencantarnos con la educación, observando la historia no como la enseñanza de hechos, fechas y personajes, sino para crear conciencia política en futuros ciudadanos, nuestros alumnos. No seriamos como afirma Villalobos[3] como los historiadores liberales del siglo XIX, que intervenían activamente en la vida pública y la política, consagrando así, los derechos del individuo. Nosotros seguramente no participaríamos de esta política contingente o en el gobierno, participaríamos en las transformaciones desde abajo, la raíz, en la formación del estudiante, su civismo, su sentido crítico y su participación, como dice Villalobos en su propuesta histórica, “Observar que hay detrás de los acontecimientos, romper la rigidez de la periodificación, crear conciencia histórica”.
Son ya 8 años de docencia, con buenas y malas experiencias, con ventajas y desventajas en este proyecto formador, no he abandonado mis aspiraciones de historiador, como dice Juan Eduardo Vargas[4], he intentado comprender el pasado, a través de la historia y de la mano de las ciencias sociales. Ya no me pregunto ¿Por qué estudiar la historia? Sino que citando a Augusto Salinas[5], me pregunto “¿Quiénes son los historiadores? La respuesta de él es lógica e iluminadora “Un hábil artesano que conoce su oficio”.
[1] Vargas, Juan Eduardo. “¿Se puede enseñar a ser historiador?”, en Anales del Instituto de Chile. Vol. XXIV, nº 2. Estudios, Santiago, 2004, pp. 283-308.
[2] Salinas, Augusto. “La historia como dedicación”, en Mapocho, nº 35, DIBAM, Primer semestre de 1994, pp. 201-229.
[3] Villalobos, Sergio. “Introducción para una nueva historia”, en Historia del Pueblo Chileno. Tomo I. Empresa Editora Zig-Zag-Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, Santiago, 1983 (1980), pp. 42-51.
[4] Vargas, Juan Eduardo. “¿Se puede enseñar a ser historiador?”, en Anales del Instituto de Chile. Vol. XXIV, nº 2. Estudios, Santiago, 2004, pp. 283-308.
[5] Salinas, Augusto. “La historia como dedicación”, en Mapocho, nº 35, DIBAM, Primer semestre de 1994, pp. 201-229.
[2] Salinas, Augusto. “La historia como dedicación”, en Mapocho, nº 35, DIBAM, Primer semestre de 1994, pp. 201-229.
[3] Villalobos, Sergio. “Introducción para una nueva historia”, en Historia del Pueblo Chileno. Tomo I. Empresa Editora Zig-Zag-Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, Santiago, 1983 (1980), pp. 42-51.
[4] Vargas, Juan Eduardo. “¿Se puede enseñar a ser historiador?”, en Anales del Instituto de Chile. Vol. XXIV, nº 2. Estudios, Santiago, 2004, pp. 283-308.
[5] Salinas, Augusto. “La historia como dedicación”, en Mapocho, nº 35, DIBAM, Primer semestre de 1994, pp. 201-229.