Sergio Martínez Soriano
Licenciado en Educación en Hª y Geo.
Profesor de Estado
Melipilla
Antes de adentrarme en lo que se espera que diga voy a contarles una anécdota que tiene mucha relación con el tema de mi relato. ¿Cuál es el rol del profesor de historia hoy en día?
Anécdota
Fue hace tiempo, pero para mi es un recuerdo muy fresco. Hacía un año que había salido de la universidad. No quería hacer clases, pues yo había estudiado para investigar, no para ir a los colegios y estar con los adolescentes molestosos y sin respeto, como más de alguna vez yo también lo fui. Honestamente me daba susto. El temor era el de enfrentarme a una “manga” de adolescentes espinilludos que opinarían de seguro, como muchos de mis amigos, que la historia era una lata. Y eso no era nada de grato. Estudiar cinco años para que a uno no lo valoren… pero en fin.
Estando en mi casa, más bien la de mis padres, una vecina que era profesora y que sabía que recientemente había salido de la universidad me mandó un recado de que en un colegio cercano iban a necesitar profesores de historia. Me presenté sin muchas ganas al día siguiente y para mi sorpresa me dijeron que quedaba contratado de inmediato para reemplazar a un profesor que se iba de pasantía por dos meses a Francia. Hablé con él para saber en que parte de la materia había quedado. Con uno de los cursos estaba pasando historia contemporánea y me señaló que lo estaba haciendo con exposiciones orales por grupos. Me dijo que había dejado todo calendarizado para que en cada clase hubiera una exposición en no más de 15 minutos. Me dio amplia libertad para evaluar, tal como yo quisiera y que aplicara el criterio que mejor estimara. La primera exposición la hizo una chica llamada Marión junto a dos compañeros. El primero de ellos pegó una serie de papelógrafos con una letra ínfima y en bastante desorden. Las fotos no las distinguía ni siquiera yo que estaba sentado al lado, en la mesa del profesor. El segundo niño, presentó a su grupo y dijo que el tema era “el Congreso de Viena” y que lo iba a explicar Marión. Esa fue toda la participación de los dos varones. La niña, se puso de pie, apoyó su espalda a la pizarra y sacó de su bolsillo un papel que desenrrolló. Eran unas cuantas hojas de cuaderno con flecos y todo. Comenzó a hablar, en realidad a leer sus papeles de manera desordenada, inconexa y con un hilo de voz. Cada cierto rato se perdía y buscaba con fruición en sus hojas la línea extraviada. Yo, tomaba nota y me ponía cada vez más nervioso, pues sabía que algo debía hacer, ya que no sólo no se entendía nada, sino que nadie estaba “pescando” en la clase. Aunque había un relativo silencio, todo el mundo estaba “en otra”. Al fondo de la sala, algunos jugando a las cartas, otros a los puntitos o al gato, otros conversando pierna arriba y los menos, tomando nota. No quise interrumpir a la niña, pues se veía muy nerviosa, de hecho estaba evidentemente sonrojada, pero seguía leyendo. Al cumplirse los 15 minutos, me decidí a interrumpirla pero ella me dijo que aún le quedaban tres páginas. Como no quería liquidarla con la nota – pues para mí lo que veía no daba para más de un 1.0 – le hice unas preguntas para ver si había algo que rescatar. ¿Cuál era la importancia de su tema? ¿Que conclusiones se podrían extraer?, etc. No fue capaz de contestarme ninguna, así que partí por algo más obvio. Le pregunté el por qué del título de su exposición, por que el nombre “Congreso de Viena”. Me miró como si yo hablara chino. Repregunté y me dijo que era porque en Viena se había construido un edificio para los senadores y diputados, el “congreso, poh, como el de Valparaíso”, me dijo. Me costó explicarle que “Congreso” también significa reunión y que se había hecho una muy importante en Viena entre 1814 y 1815 para reordenar el mapa y los equilibrios de poder europeos luego de Napoleón. Cómo parecía no entender a que me refería, preferí partir por algo más obvio para que me pudiera responder y así darle una mano. Le pregunté que era Viena. Me contestó con desparpajo: “un continente, obvio”. Le dije que no era un continente, “perdón, quise decir un país”, me respondió. Le dije que no era un país, sino que una ciudad capital muy importante. Capital de quién le pregunté: –“¿de Estados Unidos?” No. –“¿de Francia?” No. –“¿¿de Inglaterra??” No. –“¡Ah, de China!”. No tampoco. Se quedó pensando y mientras lo hacía un compañero de la primera fila le soplaba en susurro (“de Austria, de Austria”). Marión me miró incorporada y me dijo… –“Ah, perdón profe, me confundí por los nervios, Viena es la capital de AUSTRALIA”, me dijo orgullosa.
En qué estamos los profesores
Este fue el momento que me hizo pensar “en qué estamos los profesores”. Cuál es nuestra misión. Cuál es nuestro rol. Por qué pasa esto. Que un alumno no tenga siquiera un piso de referencia para hablar de un tema cualquiera. Ahí me di cuenta que Marión no era todo el problema. Era también su profesor. Le pidió a los alumnos que se agruparan circunstancialmente, les asignó temas y les pidió que cumplieran con una actividad que nunca explicó. No dio pautas, ni ejemplos. Esperó que los alumnos entendiesen perfectamente lo que debían hacer, “pues para eso ya eran alumnos de enseñanza media”. Esperó que los alumnos entendiesen lo que él quería que hicieran. Este es un problema de los profesores secundarios, pero también de los básicos y aún más de los profesores universitarios. Muchos asumimos que nuestros alumnos saben hacer las cosas que les pedimos. Muchos decimos: “…pero como no va a saber, como no se van dar cuenta, si es tan obvio”. Y resulta que no es tan obvio.
Y no se van a dar cuenta, y no van a saber, pues mientras un profesor les pide algo de una manera, otro colega pide algo distinto acerca del mismo procedimiento. Hay escaso aunamiento de criterios en el mundo de la docencia ante procedimientos semejantes. Este error parte porque con tanto discurso relativo al aprendizaje, a la educación centrada en el alumno, no hemos olvidado de algo que es propio de los profesores: Enseñar. Pero parece que a veces el centrarse en el concepto de enseñar estuviera mal, enseñar parece peyorativo y muchos lo asemejan a instruir, lo que estaría muy mal por cierto, si fuera así. Pero con enseñar no me refiero a eso, me refiero a otra cosa que trataré más adelante.
El proceso de enseñanza
Hasta los ‘60-’70 se hablaba del proceso de enseñanza. De hecho los niveles de estudio se llamaron por largo tiempo, Enseñanza Primaria, Secundaria, o más tarde Enseñanza Básica, Enseñanza Media o Enseñanza Superior. Hoy en día se habla, a mi gusto de manera muy apropiada, de Educación Básica, Educación Media y Educación Superior. Hasta la década de los ’60 y ’70, la educación estaba centrada en el profesor y no el alumno. Lo anterior, que era muy extremo, se matizó cuando se incorporó la idea del Proceso de Enseñanza- Aprendizaje, pero seguía prevaleciendo el profesor. Con la reforma, se volvió a cambiar, pues la teoría señala (correctamente) que el centro de todo es el alumno. Sin embargo, esto trae un problema. Dónde queda el profesor. Creo, honestamente que la tan implacable “ley del péndulo” nos ha llevado de un extremo a otro. La clave es que el alumno aprenda, quien lo niega. Pero en nuestro sistema de educación el alumno no aprende solo. Aprende guiado por alguien. Alguien que le enseña y enseñar no es instruir. Enseñar es uno de los pasos claves para educar. Enseñar, en su origen significa, entregar señas, mostrar el camino, los caminos.
Aunque teóricamente tiene poco peso, el enseñar es uno de los principales roles de los profesores. Y acá quiero detenerme en tres dimensiones que debemos enseñar. No preparamos para educar, pero no en el aire. Por ello aprendemos y nos profesionalizamos con información o contenidos que debemos “pasar” según los programas de estudio. Pero esto por si solo no es educación, no basta. Debemos también enseñar a nuestros alumnos cómo se hacen la cosas, y también educar a los jóvenes respecto de como se enfrenta asimismo al estudio. Todo esto es lo que llamamos técnicamente aprendizajes conceptuales, procedimentales y actitudinales. Quisiera detenerme brevemente en cada uno de ellos.
Aprendizajes Conceptuales
Cuando comenzó a aplicarse la reforma educacional en la Educación Media (a partir de 1999) hubo muchos que dijeron que los contenidos no importaban, que lo importante eran los grandes procesos y el aprendizaje de habilidades. Nuevamente la ley del péndulo. Nos vamos a los extremos. Los alumnos “sí” deben aprender contenidos. Hay cosas que si deben saber. No me voy a detener en cuáles, porque eso está detallado en el curriculum de cada nivel y asignatura. Lo que si me importa, es que para que el alumno aprenda lo mínimo que debe saber, el profesor debe estar bien formado e informado. Es enorme la cantidad de materias mal enseñadas simplemente porque muchos profesores no dominan siquiera sus propias áreas. Incluso especialistas. El deber del profesor es manejar y entender a cabalidad lo que enseña. Y si no está listo, prepararse o estudiar más. Así de simple. Por ello, otro de los roles claves de los profesores, y especialmente los profesores de historia es mantenerse al día de la actualidad académica. Estudiar, perfeccionarse, volver a la universidad, mantenerse como lector activo y productor de conocimiento, por lo menos en su colegio es clave. El profesor de historia, referente de lo que se considera cultura en la vida cotidiana debe estar al tanto del nuevo autor o teoría que se está discutiendo y de la actualidad noticiosa. Pero también, de los temas que discuten sus alumnos. Esto no es menor. Un docente debe saber si sus alumnos son metaleros, Emos, Pokemones o Pelolais, o los rechazan, y por qué, y que implica eso para sus vidas. ¡Pues a algunos se les va la vida en esto!
Aprendizajes Procedimentales
El tema de los aprendizajes procedimentales también es clave. Si quiero que los chicos me entreguen un informe escrito debo enseñar cómo se hace un informe escrito. Cómo se hace una introducción o una conclusión, o un índice. ¿Levará bibliografía? ¿No lleva? ¿Qué implica esto? Si así de simple, enseñarlo. Mostrar modelos, ir paso a paso, entregar pautas u hojas de ruta de lo que quiero como profesor que ellos logren. Y sin duda, ser lo suficientemente claros para explicar porque deseo que ellos aprendan esto, para que les va a servir, y porque es mejor este camino que este otro. Si voy a pedir que realicen exposiciones orales, enseñar las partes propias de ella, los requisitos mínimos, la importancia del orden de las ideas, de la dicción, de la postura física. Enseñar a estructurar un tema. Si quiero que trabajen en grupo, más bien en equipos, debo enseñar las técnicas para ello. Hacer una ppt, tiene también su fórmula, y nosotros, que ya tenemos más experiencia debemos señalar el camino. Lo mismo con los mapas, o con las pruebas. Hay técnicas para contestar una pregunta de desarrollo y técnicas distintas para preguntas de alternativas. Algunos colegas me han dicho no pocas veces: “Si me preocupo de esto entonces no voy a ver nunca la materia que me corresponde pasar.” Ver las cosas así, es ser un poco miope, pues los procedimientos no se enseñan aislados, se enseñan con la materia que corresponde a ese momento y a ese nivel. Si quiero que mis alumnos elaboren ensayos (papers), artículos o un tríptico, deberé enseñar en que consisten, como se hacen, pero lo haré con la geografía de mi región, el proceso político emancipador americano, el quiebre institucional chileno, el proceso de reforma religiosa o con la guerra fría. Debo cuidarme de no enseñar las cosas en el aire.
Aprendizajes Actitudinales
Sobre los aprendizajes actitudinales, los alumnos deben aprender de nosotros, sus profesores, que la vida en sociedad es un privilegio. Si viviéramos aislados, nuestro desarrollo sería anacrónico, descontextualizado y semejante al de los ermitaños, y nuestra esperanza de vida con suerte llegaría a los 30 años. Sin embargo, este privilegio conlleva obligaciones. En la vida debo tomar posturas valóricas y defenderlas con consecuencia. Ser honesto, decir la verdad, ser respetuoso, rechazar la violencia, saber escuchar, saber dialogar, ser solidario, pero también hacerse respetar, ser crítico y también autocrítico, son elementos que se ensayan y ponen en práctica clase a clase. Respetar a los mayores, no por un tema de poder, sino que por respeto a la experiencia. Respetar las órdenes del profesor en el aula y aprender el valor del tiempo y la oportunidad. No se come un yogurt en medio de la clase. No lanzo las cáscaras al suelo. No debo “garabatear” o sacar la madre aunque hacerlo demuestre mi supuesta autenticidad. ¿Pero por qué tantos no? Porque los niños y especialmente los adolescentes, juegan su rol tratando de traspasar los límites, haciendo un gallito con el profe nuevo que es buena onda, pero al que al poco tiempo ya no validarán, porque no supo hacerse respetar. Porque los profesores deben jugar su rol de educadores y formadores también. No solo tenemos como rol enseñar conocimientos o procedimientos, también tenemos como rol enseñar los límites. Si, a muchos les molestará, pero es precisamente cuando nos ponen límites cuando nos vemos obligados a desarrollar nuestra creatividad. En esta misma línea hay que tener claro que posición tenemos frente a nuestros alumnos. Aquel profesor que ingrese a una sala con el objetivo de ser amigo de sus alumnos, está profundamente equivocado, pues al corto o mediano plazo le hará un daño a la institución, a sus demás colegas, a esos mismos alumnos y finalmente, asimismo. El profesor, muchas veces debe decir no, aunque no quiera. Decir si a un alumno, por lo general no implica ningún esfuerzo. Decir no, demanda de fortaleza y de carácter. Especialmente si hay que defender ese no. El objetivo del profesor no es la amistad con sus alumnos, es la formación de sus alumnos. No es igual a ellos, es mayor, viene de vuelta. Distinto es el caso de que en el proceso de enseñar, de educar, de formar, surja una amistad sincera y honesta. Muchos de los que estamos acá tenemos grandes amigos, que fueron nuestros alumnos, y más de alguno, fue o sigue siendo amigo de un profe. Pero esto es resultado de nuestra labor, nuestro compromiso, y nuestra consecuencia.
Elementos Adicionales
Finalmente, hay algunos elementos adicionales que el profesor debe considerar. Por lo general, es una figura de autoridad, pero no es el jefe. Debe responder ante otros. Debe ser puntual y responsable. Debe tomar las pruebas el día que señaló y entregarlas en un plazo prudente. Debe ser claro en las instrucciones y cumplir la palabra empeñada. Debe entregar las planificaciones cuando corresponda y mantener la buena comunicación. En las reuniones de consejo, el profesor de historia en especial, debe señalar sus puntos de vista y sacar la voz, hacerse escuchar, tener planteamientos propios y defender sus ideas. Con sus colegas y con sus alumnos debe ser un líder, un agente de cambio. Ser parte de la solución y no del problema. Así como lo enseña debe ser crítico y autocrítico. Debe ser un inspirador, y un motivador, para que los otros anhelen también aprender y sumarse la creación. Ante la adversidad demostrarse innovador. Si no hay recursos, inventarlos, los más que se pueda. Y si no alcanza, exigirlos derecha y lealmente. El profesor, tú futuro profesor, tu futura profesora, debes creerte el cuento. Debes ser líder porque sabes más, porque te tienes confianza, porque tienes una visión para mejorar las cosas. Pero ojo, cuidado. Debes ser humilde. No lo sabes todo, nunca lo sabremos, debes saber escuchar. Casi todo el mundo necesita primero ser escuchado y evidenciar que esto es sincero. Un entrevero, con un alumno o un apoderado, o un colega, se soluciona muchas veces siendo receptivo a lo que el otro siente o expresa en un diálogo honesto. Ante tantas demandas tu ética profesional debe conducirte. Debes pensar siempre en el objetivo último de tu profesión, objetivo que sólo reflota en la reflexión con tus pares. Con tus colegas. Darse cuenta que haz elegido una de las profesiones más importantes y complejas, pues en tus manos está un inmenso poder, puedes levantar o destruir una persona. O levantar al país o mantenerlo en la mediocridad.
Cierre
Como dice Alejandro jodorowsky, todo lo que he dicho está basado en 4 principios. Mis palabras son válidas…
· hasta cierto punto
· a riesgo de equivocarme
· si se acepta esto que digo y…
· según lo que yo sé.
Si todo lo dicho parece muy grande, quédense con el siguiente cuento:
“En un lugar en oriente, había una montaña muy alta y con su sombra tapaba la aldea. Y por ello los niños crecían raquíticos. Y una vez un viejo, el más viejo de todos, se va con una de esas cucharitas chinas de porcelana y sale de la aldea. Y le dicen los otros:
- Adonde vas viejito.
- Voy a la montaña
- Y a que vas
- Voy a mover la montaña
- Y con que las vas a mover
- Con esta cucharita
- Jajaja, Nunca podrás.
- Si, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar”.
Muchas gracias