x Jorge Rivas Medina
Lic. Educ. Historia y Geografía
Magíster (c) Historia de Chile, Siglo XX
Lic. Educ. Historia y Geografía
Magíster (c) Historia de Chile, Siglo XX
Cursaba Cuarto año Medio, cuando el año 1990 mi profesora de Historia y Geografía de Chile, me invitó a participar de un “cine - foro” que se realizaría en una sala de proyección en plena Alameda. A ella concurrirían otros docentes y estudiantes que eran invitados por dicha sala a esta actividad que organizaba la Secretaría Ministerial de Educación metropolitana. Desconocía entonces las claves de la discusión cinematográfica, así como también desconocía la sala de proyección referida: el Cine Arte Normandie.
Recuerdo que una de las cintas exhibidas durante este ciclo de “cine – foro”, fue “La Sociedad de los Poetas Muertos”, de Peter Weir, que para entonces –y hasta el día de hoy-, tenía un significado profundo para cualquier estudiante liceano enfrentado a la “libertad” de decidir su futuro, así como también implicaba una extrapolación directa al contexto socio político de nuestro país, a través de la crítica manifiesta que el film realizaba a la educación conservadora y autoritaria. Debo admitirlo, esa película marcó mi último año de secundario.
Tiempo más tarde fui resignificando la obra del director australiano, pues devenido docente de Historia y Ciencias Sociales, la imagen de “Mr. Keating” se me aparecía de manera constante. En los primeros desafíos de educar, el personaje encarnado por Robin Williams, me inspiraba de modo romántico frente a mi profesión de todos los días.
Fue esta misma inspiración la que hace unos cinco años me encaminó nuevamente al Normandie, no sólo ya como espectador, sino como docente interesado en el trabajo con las imágenes del cine arte, para educar y compartir con nuestros jóvenes. Dado el interés permanente de esta sala por hacer de cine “un penetrante instrumento de observación de la realidad (…) una ventana abierta al mundo”, convirtiéndolo en una “forma privilegiada de inmersión en la subjetividad, en el dominio de la imaginación, el ensueño y la emoción”[1], es que esperaba que el resultado de este nuevo acercamiento, rindiera frutos. Y así ha sido. Después de varios años de proyección fílmica en que nuestro educando ha observado, disfrutado y criticado películas que hemos tratado de vincular a los Contenidos Mínimos Obligatorios que establece el MINEDUC, podemos señalar con certeza que el cine como vehículo de comunicación y expresión artística ajeno a los cánones más comerciales, como lo programado periódicamente por el Normandie, ha sido una contribución importante en nuestras actividades de extensión cultural y en la concreción de los OFT. Más aún, ha permitido un trabajo interdisciplinario y cierta reflexión crítica dentro del cuerpo docente que ha propiciado a su vez otras actividades basadas en nuestras tradicionales visitas semestrales a este espacio[2].
Recientemente esta sala de proyección ha cumplido un cuarto de siglo. Un “cumpleaños” que permite observar en perspectiva histórica, un camino que no ha sido fácil.
Inaugurado el año 1982, en plena Alameda, cerca de Plaza Italia, el Normandie posee el mérito de haber sobrevivido como un espacio privado que propendía a la libertad, en medio de un espacio público de represión y falta de lo más mínimos derechos ciudadanos. La posibilidad de reunión y de compartir temas artísticos vedados por la dictadura militar, hicieron que este recinto adquiriera ribetes idealistas y hasta míticos.
Todas estas oportunidades se vieron truncadas cuando el 18 de agosto de 1991, paradojalmente en democracia, el cine debía cerrar sus puertas. Ello representaba, para quienes lo promovían, un síntoma de una situación “de abandono y descuido en un área de la cultura que, en la teoría y en la retórica, era apoyada y valorada”, pero que en los hechos se topaba con la imposibilidad de enfrentar “la lógica del dinero y del consumismo”[3]. Así transcurrieron algunos meses en que la sala debió desaparecer del escenario urbano, para volver a reinstalarse a fines del mismo año. Desde entonces eventualidades económicas del estilo de lo acaecido a comienzos de dicha década, han tenido que ser constantemente sorteadas por los administradores del cine arte; sin embargo, el público que han formado, la buena, nutrida y variada cartelera que han mantenido y la mirada siempre alerta respecto al ámbito educativo del cine, los ha hecho reinstalar permanentemente a esta institución, como una sala independiente de categoría.
Hoy, cuando las “bodas de plata” se han encaramado en el calendario, el Normandie vive una nueva etapa administrativa. Atrás esperan quedar imágenes como las “animitas” establecidas en su entrada para pedir por la recuperación financiera de esta entidad, o las declaraciones públicas en que los administradores daban cuenta de un posible cierre de la sala y que los “Amigos del Cine Arte” procuraban promover en cadenas virtuales, para salvar este bastión cultural.
El intenso esfuerzo desplegado por los responsables de mantener a flote esta entidad cinematográfica, en medio del mar neoliberal, que ve a la cultura muchas veces como un producto más del mercado -con las mismas características de cualquier bien de consumo-, merece un reconocimiento. Gracias a este esfuerzo intenso pudimos ver desde “Nos habíamos amado tanto” de Ettore Scola proyectada el año 19924, hasta documentales recientes como “Los últimos días” de James Moll, que no estuvieron en circuito abierto; hemos asistido a secuencias de films latinoamericanos que no se han mostrado en otras salas y que reflejan una mirada artística singular desde la América criolla5; clásicos como “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin o “Alexander Nevski” de Serguei Eisenstein (ambas de la década del treinta) han podido ser re-conocidas por el público general, y ciclos de Neorrealismo italiano o de la Nueva ola francesa, nos han renovado la admiración hacia el cine europeo de calidad.
Gracias a este amor por el cine, los creadores asiáticos, iraníes y chinos por ejemplo, han tenido un espacio a partir del cual los espectadores nacionales han podido apreciarlos; el público menos entendido ha tenido acceso a información escrita que por años se ha impreso con fichas técnicas y comentarios iluminadores, como los de Sergio Salinas, que por una ironía de la vida, dejó de existir en medio de este aniversario, y se ha tenido acceso a preestrenos en los que incluso han intervenido actores, productores o directores, como ocurrió el verano pasado con las proyecciones del cineasta argentino Alberto Lechi (“Una estrella y dos café”) y este mismo verano con el actor nacional Jaime Vadell, quien después de varias décadas pudo volver a observar su actuación en el clásico y polémico film de Helvio Soto, “Caliche Sangriento”, cuya restauración tuvo además el respaldo del propio Normandie.
Gracias a esta historia de 25 años, la vida artística sobrevivió a la autocracia ochentera que se esmeraba por apagar nuestra visión crítica, sembrando violencia y muerte.
Gracias a esta apuesta por la sensibilidad artística, las recientes desapariciones físicas de realizadores de talla mundial como Antonioni y Bergman, contaron con una sala que estaba a la altura de las circunstancias para decirles adiós desde este lado del mundo, de la mejor manera que puede hacerse en estos casos: proyectando una de sus películas.
Recuerdo que una de las cintas exhibidas durante este ciclo de “cine – foro”, fue “La Sociedad de los Poetas Muertos”, de Peter Weir, que para entonces –y hasta el día de hoy-, tenía un significado profundo para cualquier estudiante liceano enfrentado a la “libertad” de decidir su futuro, así como también implicaba una extrapolación directa al contexto socio político de nuestro país, a través de la crítica manifiesta que el film realizaba a la educación conservadora y autoritaria. Debo admitirlo, esa película marcó mi último año de secundario.
Tiempo más tarde fui resignificando la obra del director australiano, pues devenido docente de Historia y Ciencias Sociales, la imagen de “Mr. Keating” se me aparecía de manera constante. En los primeros desafíos de educar, el personaje encarnado por Robin Williams, me inspiraba de modo romántico frente a mi profesión de todos los días.
Fue esta misma inspiración la que hace unos cinco años me encaminó nuevamente al Normandie, no sólo ya como espectador, sino como docente interesado en el trabajo con las imágenes del cine arte, para educar y compartir con nuestros jóvenes. Dado el interés permanente de esta sala por hacer de cine “un penetrante instrumento de observación de la realidad (…) una ventana abierta al mundo”, convirtiéndolo en una “forma privilegiada de inmersión en la subjetividad, en el dominio de la imaginación, el ensueño y la emoción”[1], es que esperaba que el resultado de este nuevo acercamiento, rindiera frutos. Y así ha sido. Después de varios años de proyección fílmica en que nuestro educando ha observado, disfrutado y criticado películas que hemos tratado de vincular a los Contenidos Mínimos Obligatorios que establece el MINEDUC, podemos señalar con certeza que el cine como vehículo de comunicación y expresión artística ajeno a los cánones más comerciales, como lo programado periódicamente por el Normandie, ha sido una contribución importante en nuestras actividades de extensión cultural y en la concreción de los OFT. Más aún, ha permitido un trabajo interdisciplinario y cierta reflexión crítica dentro del cuerpo docente que ha propiciado a su vez otras actividades basadas en nuestras tradicionales visitas semestrales a este espacio[2].
Recientemente esta sala de proyección ha cumplido un cuarto de siglo. Un “cumpleaños” que permite observar en perspectiva histórica, un camino que no ha sido fácil.
Inaugurado el año 1982, en plena Alameda, cerca de Plaza Italia, el Normandie posee el mérito de haber sobrevivido como un espacio privado que propendía a la libertad, en medio de un espacio público de represión y falta de lo más mínimos derechos ciudadanos. La posibilidad de reunión y de compartir temas artísticos vedados por la dictadura militar, hicieron que este recinto adquiriera ribetes idealistas y hasta míticos.
Todas estas oportunidades se vieron truncadas cuando el 18 de agosto de 1991, paradojalmente en democracia, el cine debía cerrar sus puertas. Ello representaba, para quienes lo promovían, un síntoma de una situación “de abandono y descuido en un área de la cultura que, en la teoría y en la retórica, era apoyada y valorada”, pero que en los hechos se topaba con la imposibilidad de enfrentar “la lógica del dinero y del consumismo”[3]. Así transcurrieron algunos meses en que la sala debió desaparecer del escenario urbano, para volver a reinstalarse a fines del mismo año. Desde entonces eventualidades económicas del estilo de lo acaecido a comienzos de dicha década, han tenido que ser constantemente sorteadas por los administradores del cine arte; sin embargo, el público que han formado, la buena, nutrida y variada cartelera que han mantenido y la mirada siempre alerta respecto al ámbito educativo del cine, los ha hecho reinstalar permanentemente a esta institución, como una sala independiente de categoría.
Hoy, cuando las “bodas de plata” se han encaramado en el calendario, el Normandie vive una nueva etapa administrativa. Atrás esperan quedar imágenes como las “animitas” establecidas en su entrada para pedir por la recuperación financiera de esta entidad, o las declaraciones públicas en que los administradores daban cuenta de un posible cierre de la sala y que los “Amigos del Cine Arte” procuraban promover en cadenas virtuales, para salvar este bastión cultural.
El intenso esfuerzo desplegado por los responsables de mantener a flote esta entidad cinematográfica, en medio del mar neoliberal, que ve a la cultura muchas veces como un producto más del mercado -con las mismas características de cualquier bien de consumo-, merece un reconocimiento. Gracias a este esfuerzo intenso pudimos ver desde “Nos habíamos amado tanto” de Ettore Scola proyectada el año 19924, hasta documentales recientes como “Los últimos días” de James Moll, que no estuvieron en circuito abierto; hemos asistido a secuencias de films latinoamericanos que no se han mostrado en otras salas y que reflejan una mirada artística singular desde la América criolla5; clásicos como “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin o “Alexander Nevski” de Serguei Eisenstein (ambas de la década del treinta) han podido ser re-conocidas por el público general, y ciclos de Neorrealismo italiano o de la Nueva ola francesa, nos han renovado la admiración hacia el cine europeo de calidad.
Gracias a este amor por el cine, los creadores asiáticos, iraníes y chinos por ejemplo, han tenido un espacio a partir del cual los espectadores nacionales han podido apreciarlos; el público menos entendido ha tenido acceso a información escrita que por años se ha impreso con fichas técnicas y comentarios iluminadores, como los de Sergio Salinas, que por una ironía de la vida, dejó de existir en medio de este aniversario, y se ha tenido acceso a preestrenos en los que incluso han intervenido actores, productores o directores, como ocurrió el verano pasado con las proyecciones del cineasta argentino Alberto Lechi (“Una estrella y dos café”) y este mismo verano con el actor nacional Jaime Vadell, quien después de varias décadas pudo volver a observar su actuación en el clásico y polémico film de Helvio Soto, “Caliche Sangriento”, cuya restauración tuvo además el respaldo del propio Normandie.
Gracias a esta historia de 25 años, la vida artística sobrevivió a la autocracia ochentera que se esmeraba por apagar nuestra visión crítica, sembrando violencia y muerte.
Gracias a esta apuesta por la sensibilidad artística, las recientes desapariciones físicas de realizadores de talla mundial como Antonioni y Bergman, contaron con una sala que estaba a la altura de las circunstancias para decirles adiós desde este lado del mundo, de la mejor manera que puede hacerse en estos casos: proyectando una de sus películas.
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[1] Estas frases fueron pronunciadas durante el acto de reinauguración del Cine Arte Normandie, en su actual dirección de calle Tarapacá 1181 (entre San Diego y Zenteno), a fines del año 1991. Ver archivo documental del cine.-
[2] Es el caso de nuestro trabajo “Cine arte y el relevo de los sujetos sociales”, presentado en el seminario de la USACH sobre “sujetos sociales en los planes de estudio”, realizado por los alumnos de Historia de esa casa de estudios, en el mes de noviembre de 2006. Este mismo texto sirvió de base para exponer en Buenos Aires, algunas estrategias docentes frente al uso de la imagen, en un seminario trinacional (chileno, peruano, argentino), al cual convocó el CIDE y la Universidad Alberto Hurtado en septiembre recién pasado. Ver texto en http://profeoresdehistoria.blogspot.com.-
[3] Ver inserto de prensa presentado por el cine con motivo del cierre de la sede Alameda. Archivo documental del Normandie.
4 Ver “ciclo de apertura” programado entre el 7 de diciembre de 1991 y el 5 de enero de 1992, cuando el cine cambió de dirección. Archivo documental del Normandie.
5 Como fue el caso del ciclo de cine latinoamericano proyectado el último mes de funcionamiento del cine en la sede Alameda. Dicho ciclo incluía “El rey de la noche” de Héctor Babenco, “Ellos no usan smoking” de León Hirzman, y “Tiempo de morir” de Jorge Ali Triana. En esa misma fecha se programó un ciclo de cine de Europa del Este, en el que se incluían películas soviéticas y yugoslavas. Ver Archivo documental del Cine Arte Normandie.
[2] Es el caso de nuestro trabajo “Cine arte y el relevo de los sujetos sociales”, presentado en el seminario de la USACH sobre “sujetos sociales en los planes de estudio”, realizado por los alumnos de Historia de esa casa de estudios, en el mes de noviembre de 2006. Este mismo texto sirvió de base para exponer en Buenos Aires, algunas estrategias docentes frente al uso de la imagen, en un seminario trinacional (chileno, peruano, argentino), al cual convocó el CIDE y la Universidad Alberto Hurtado en septiembre recién pasado. Ver texto en http://profeoresdehistoria.blogspot.com.-
[3] Ver inserto de prensa presentado por el cine con motivo del cierre de la sede Alameda. Archivo documental del Normandie.
4 Ver “ciclo de apertura” programado entre el 7 de diciembre de 1991 y el 5 de enero de 1992, cuando el cine cambió de dirección. Archivo documental del Normandie.
5 Como fue el caso del ciclo de cine latinoamericano proyectado el último mes de funcionamiento del cine en la sede Alameda. Dicho ciclo incluía “El rey de la noche” de Héctor Babenco, “Ellos no usan smoking” de León Hirzman, y “Tiempo de morir” de Jorge Ali Triana. En esa misma fecha se programó un ciclo de cine de Europa del Este, en el que se incluían películas soviéticas y yugoslavas. Ver Archivo documental del Cine Arte Normandie.