x Jorge Rivas Medina
Profesor de Historia
Universidad Arcis
Santiago
Al igual que Luis Barrales –destacado dramaturgo contemporáneo de nuestro país- lo reconoció en su columna de domingo la semana anterior, yo reniego de Frei. Me había prometido incansablemente no votar por quien hizo las gestiones para traer de vuelta de Inglaterra a Pinochet, cuando éste pudo ser condenado aquí en la tierra (qué duda cabe que en otro lugar su violencia de Estado ya ha sido purgada). Me lo repetí una y otra vez: “en segunda vuelta anularé”. Y no es que condene, y allí me alejo de Barrales, a quienes hayan anulado, pues también es una forma de manifestarse críticamente. No está validada institucionalmente, porque a los detentores del poder no les gusta leer ese desapego en clave crítica, así como tampoco gustan de sintonizar reflexivamente con los jóvenes no inscritos, prefiriendo reemplazar ambos fenómenos con esas frasecitas autocomplacientes de los periodistas nacionales como “la gran educación cívica de este pueblo” y otras más. En definitiva respeto la anulación como legítima manifestación, pero en mi fuero interno, no estuve dispuesto a darle un voto menos al candidato concertacionista. Actué como seguramente muchos de mi edad en Francia lo hicieron cuando tuvieron que elegir entre el fascista y xenófobo Jean Marie Le Pen y el conservador Chirac, a la postre Presidente del país galo, a comienzos de este milenio.
Definitivamente fue así: entre dos escenarios negativos, apreté la guata y marqué por Frei. Voté por Chirac, para impedir un Le Pen a la chilena, tal vez no tanto porque el propio Piñera represente eso (se parece más en verdad a Berlusconi, que no es un muy buen referente en todo caso), pero inevitablemente porque su coalición, con la UDI por delante, representa a mi entender lo peor de la derecha. Una derecha que jamás ha reconocido su complicidad en los crímenes alevosos de la Dictadura Militar chilena, que superaron con creces lo que a los fascistas les acomoda llamar “excesos”.
Ya lo sé, muchos dirán que eso ocurrió hace treinta y tantos años, pero les recuerdo que ello implica una sola generación completa, lo que en relación con la vida de la humanidad es un período brevísimo. Pero más allá de eso, no existe posibilidad de proyecto sustentable en el futuro, para quienes invitan con tanto ánimo a olvidar el pasado. Quienes insisten en dejar el pasado y mirar al futuro como una suerte de automatización retórica, deben ser personajes de los cuales se desconfíe. Piñera seguramente no debe desear con mucha fuerza recordar, por ejemplo, el caso vivido con su entonces amiga y compañera de partido, Evelyn Mathei, cuando demostró lo peor de las competencias, zancadillas, amenazas, suciedades y faltas de ética en la derecha nacional. Claro, frente a esos fenómenos, mejor olvidar el pasado, en una de esas las generaciones actuales no se enteran y les da lo mismo votar por alguien cuyo comportamiento político en el pasado estuvo bastante lejos de la corrección moral que hoy enarbola. Para los que no conozcan el caso llamado “piñeragate”, los invito a leer, ya que no todo es sonrisa de publicidad.
Esos mismos que hoy hablan del “futuro”, podrían ser ministros de Piñera habiendo ocupado cargos políticos en la Dictadura pinochetista: Jovino Novoa, por ejemplo, o Carlos Bombal, o Carlos Cáceres. Ninguno de ellos es de futuro. Pero incluso los jovencitos de entonces, los Longueira, los Coloma, los Allamand, tenían responsabilidades estudiantiles y por tanto cargos desde los cuales se sabía que existían alumnos desapareciendo en las universidades, secuestrados, asesinados o perseguidos por agentes de seguridad que eran pagados con platas del Estado para violar, torturar, quemar, asesinar… Si lo sé, no es agradable hablar de esto, es volver a la misma cantinela incómoda, pero justamente por incómoda y dolorosa, necesaria de ser considerada al momento de elegir quienes gobiernan y de evaluar las conductas de personas que hoy aparecen vestidos de mañana, cuando se sabe que son de ayer. Cuando se sabe de dónde vienen y qué omisiones flagrantes cometieron. Frente a ese tropel de caraduras, Frei apareció para mí, como el mal menor.
Vote por el candidato del 29% -citando al autorreferente MEO-, porque a pesar que no comparto gran parte de los manejos que ha hecho la Concertación, reconozco dentro de esa coalición gente decente que me hace gustar aún de la política partidista: un Carlos Montes, por ejemplo, un Osvaldo Andrade, una Carolina Tohá, pero también viejos señeros –ojo que la juventud en política no tiene por qué ser un bien en sí mismo, esa apreciación me parece demagógica y equívoca, sino observen el actuar de la jovencita Marcela Sabat-, como Andrés Aylwin, que desde la Democracia Cristiana, fue, es y será un referente que no se acomodó a los tiempos en materias tan trascendentes como los derechos humanos.
Si lo escrito no es suficiente argumento para justificar la disconformidad con la opinión ciudadana de ayer, vayamos a las imágenes.
Desde que trabajo como asesor pedagógico de un proyecto universitario sobre imágenes, mi forma de observar cambió. De todas formas no se requiere ser un Joan Ferrés o un Chistian Metz, para corroborar críticamente lo que a continuación señalaré. Sobretodo si pudieron ver ayer la portada del diario La Tercera.
En dicho medio -de derecha, como el 80% de la prensa escrita, los canales de televisión “públicos” y las cadenas radiales-, aparecían los dos candidatos de espaldas saludando a sus partidarios, en un ejercicio de empate icónico. Sin embargo las diferencias saltaban a la vista. La foto en que aparecía Piñera era una imagen en donde se apreciaban colores, en contraste con la de Frei; en la del candidato de derecha el público se apreciaba claramente, en la de Frei se notaba una nebulosa mancha de personas; en la de Piñera llegaba luz a la espalda del candidato y en la de Frei sólo sombra… Puede parecerles una cuestión exigua, pero estos medios venden simbólicamente una opinión y la imagen en ello es sustancial. Son los mismos medios que pudieron tergiversar y mostrar a su antojo la “revolución pingüina”, así como la muerte del dictador militar, cuando este mismo diario al que aludo se negó a poner la palabra “dictador” en portada y acompañó dicho titular con una colorida y dulzona imagen del anciano. Su actitud reflexiva en la foto incluso daba para pensar que moría un gran estadista y no el milico que se reunía los días martes con Manuel Contreras para dar luz verde a las atrocidades a las que se sometieron a demasiados chilenos, hijos del mismo país que estos infelices decían defender.
Una de mis fundamentales preocupaciones es que la concentración de los medios de comunicación, tradicionalmente en manos de derecha y administrada y subvencionada de la misma manera durante el período concertacionista, pase a ser un monopolio completo, porque si el escenario de hoy ya es trágico, con un presidente que es dueño de un canal de televisión y que podrá manejar a su antojo la línea editorial de La Nación –de los pocos medios no conservadores y bastante decente al menos el día domingo-, el tema podría ser simplemente asqueroso.
Hablemos de otras imágenes.
Cuando ya se oficializaba el primer cómputo de la tarde, los canales de televisión comenzaron a mostrar la alegría de los partidarios de la derecha: Miguel Piñera y su “Belencita” aparecían en primer plano; Arturo Longton hijo, José Miguel Viñuela y obviamente variados militantes RN y UDI. Es decir, mujercitas gomero, chicos realityes, animadores de programas juveniles de un profundo contenido social… Para más tarde dar paso a la animación del rey de la cultura televisiva: Kike Morandé, el mismo que animaba los cumpleaños de Pinochet y que a la mayoría de la gente debe parecerle un cuico “buena onda”. Las imágenes eran claras y al mismo tiempo terribles. Anunciaban el aporte cultural que existe detrás de este nuevo presidente. El mismo que tuvo que importar un intelectual desde el Perú, para dar al menos una señal en esa línea, ante la estrepitosa evidencia de carecer de figuras trascendentes del mundo artístico y cultural y menos aún con un programa que ponga de relevo el teatro, la música, la pintura, el cine y un largo ítem de etc que han hecho que este país se respire polifónicamente y se haga justicia al legado de poetas como Neruda y Mistral, escritores como Manuel Rojas, a directores teatrales como Andrés Pérez, a dramaturgos como Jorge Díaz, a músicos tan notables como Violeta y Víctor, a pintores como Antúnez y Matta, a cineastas como Helvio Soto y Patricio Kaulen, a actrices como Ana González o actores como Roberto Parada. Todos fallecidos y todos de izquierda.
En esa misma línea de preocupaciones, resulta maravilloso poder seguir un derrotero cultural con poetas como Nicanor Parra o Gonzalo Rojas, escritores como Antonio Skármeta o Alejandro Zambra, directores teatrales como Alfredo Castro y Manuela Infante, a dramaturgos como Radrigán y Luis Barrales, a músicos como Camila Moreno y Manuel García, los propios Inti, Congreso, Jaivas y un vasto listado de grupos diversos en el ámbito musical; cineastas como Andrés Wood o Caiozzi, actrices como la Di Girolamo, Tamara Acosta o Cata Saavedra y actores como Héctor Noguera, Nissim Sharim y Quercia. Todos vivos y todos de izquierda.
El listado omite a demasiados, pero es una muestra representativa de una sensibilidad artística que comparto profundamente y que frente al próximo gobierno no desaparecerá, pero pudiera ensombrecerse. La política cultural de este gobierno electo es una tremenda, y costosa, incertidumbre. Quienes aparecieron en las primeras tomas del triunfo ayer, generan demasiadas dudas.
Vamos a una última imagen.
Cuando la televisión mostraba ya la celebración de los partidarios piñeristas frente al Crowm Plaza –y ojo que varios canales hicieron primero contacto en directo con lugares de Las Condes, lo que vuelve a demostrar dónde está la base de votación de derecha del país-, las cámaras mostraron a un concurrente con un busto de Pinochet y la banda presidencial cruzada. Casi no admite comentario. Baste señalar que si algunos propios partidarios vinculan la celebración de ayer con la imagen del viejo dictador, es porque algo de esa sensibilidad está más que viva en la derecha de este país. No hace falta escuchar a lo “resentidos” de izquierda para dar con la razón de que en el alma de la derecha, esa “alma profunda” a la que se refirió ayer Piñera, citando a Huidobro –poeta que militó en el PC, tal vez habría sido mejor una cita de Vargas Llosa-, está anclado el autoritarismo, ese mismo autoritarismo que desea acabar con la delincuencia poniendo más carabineros en las calles, pues no se asume otra forma de aplacar un fenómeno de este tipo sino desde las consecuencias, no desde las causas.
Piñera llamó ayer a este comienzo “la transición joven”. Otro error. Ya no se quiere más transición. No basta un cambio por el cambio. Sus compañeros de labor son demasiado conocidos, aunque se vistan con piel de oveja, como para creerse herederos de un tiempo nuevo.
Porque la comunicación de masas y su concentración antidemocrática es mi preocupación, hoy más que antes; porque valoro el arte de este país y los espacios públicos para la cultura y las muestras artísticas variadas, porque me importa el pasado y la historia y porque las primeras imágenes de ayer no fueron muy optimistas, me siento intranquilo con esta elección. No comparto este gobierno. Desconfío del líder y sus secuaces. Al igual que la contratapa del último The Clinic, yo pensaba y sigo sosteniendo que Piñera, definitivamente NO.
Profesor de Historia
Universidad Arcis
Santiago
Al igual que Luis Barrales –destacado dramaturgo contemporáneo de nuestro país- lo reconoció en su columna de domingo la semana anterior, yo reniego de Frei. Me había prometido incansablemente no votar por quien hizo las gestiones para traer de vuelta de Inglaterra a Pinochet, cuando éste pudo ser condenado aquí en la tierra (qué duda cabe que en otro lugar su violencia de Estado ya ha sido purgada). Me lo repetí una y otra vez: “en segunda vuelta anularé”. Y no es que condene, y allí me alejo de Barrales, a quienes hayan anulado, pues también es una forma de manifestarse críticamente. No está validada institucionalmente, porque a los detentores del poder no les gusta leer ese desapego en clave crítica, así como tampoco gustan de sintonizar reflexivamente con los jóvenes no inscritos, prefiriendo reemplazar ambos fenómenos con esas frasecitas autocomplacientes de los periodistas nacionales como “la gran educación cívica de este pueblo” y otras más. En definitiva respeto la anulación como legítima manifestación, pero en mi fuero interno, no estuve dispuesto a darle un voto menos al candidato concertacionista. Actué como seguramente muchos de mi edad en Francia lo hicieron cuando tuvieron que elegir entre el fascista y xenófobo Jean Marie Le Pen y el conservador Chirac, a la postre Presidente del país galo, a comienzos de este milenio.
Definitivamente fue así: entre dos escenarios negativos, apreté la guata y marqué por Frei. Voté por Chirac, para impedir un Le Pen a la chilena, tal vez no tanto porque el propio Piñera represente eso (se parece más en verdad a Berlusconi, que no es un muy buen referente en todo caso), pero inevitablemente porque su coalición, con la UDI por delante, representa a mi entender lo peor de la derecha. Una derecha que jamás ha reconocido su complicidad en los crímenes alevosos de la Dictadura Militar chilena, que superaron con creces lo que a los fascistas les acomoda llamar “excesos”.
Ya lo sé, muchos dirán que eso ocurrió hace treinta y tantos años, pero les recuerdo que ello implica una sola generación completa, lo que en relación con la vida de la humanidad es un período brevísimo. Pero más allá de eso, no existe posibilidad de proyecto sustentable en el futuro, para quienes invitan con tanto ánimo a olvidar el pasado. Quienes insisten en dejar el pasado y mirar al futuro como una suerte de automatización retórica, deben ser personajes de los cuales se desconfíe. Piñera seguramente no debe desear con mucha fuerza recordar, por ejemplo, el caso vivido con su entonces amiga y compañera de partido, Evelyn Mathei, cuando demostró lo peor de las competencias, zancadillas, amenazas, suciedades y faltas de ética en la derecha nacional. Claro, frente a esos fenómenos, mejor olvidar el pasado, en una de esas las generaciones actuales no se enteran y les da lo mismo votar por alguien cuyo comportamiento político en el pasado estuvo bastante lejos de la corrección moral que hoy enarbola. Para los que no conozcan el caso llamado “piñeragate”, los invito a leer, ya que no todo es sonrisa de publicidad.
Esos mismos que hoy hablan del “futuro”, podrían ser ministros de Piñera habiendo ocupado cargos políticos en la Dictadura pinochetista: Jovino Novoa, por ejemplo, o Carlos Bombal, o Carlos Cáceres. Ninguno de ellos es de futuro. Pero incluso los jovencitos de entonces, los Longueira, los Coloma, los Allamand, tenían responsabilidades estudiantiles y por tanto cargos desde los cuales se sabía que existían alumnos desapareciendo en las universidades, secuestrados, asesinados o perseguidos por agentes de seguridad que eran pagados con platas del Estado para violar, torturar, quemar, asesinar… Si lo sé, no es agradable hablar de esto, es volver a la misma cantinela incómoda, pero justamente por incómoda y dolorosa, necesaria de ser considerada al momento de elegir quienes gobiernan y de evaluar las conductas de personas que hoy aparecen vestidos de mañana, cuando se sabe que son de ayer. Cuando se sabe de dónde vienen y qué omisiones flagrantes cometieron. Frente a ese tropel de caraduras, Frei apareció para mí, como el mal menor.
Vote por el candidato del 29% -citando al autorreferente MEO-, porque a pesar que no comparto gran parte de los manejos que ha hecho la Concertación, reconozco dentro de esa coalición gente decente que me hace gustar aún de la política partidista: un Carlos Montes, por ejemplo, un Osvaldo Andrade, una Carolina Tohá, pero también viejos señeros –ojo que la juventud en política no tiene por qué ser un bien en sí mismo, esa apreciación me parece demagógica y equívoca, sino observen el actuar de la jovencita Marcela Sabat-, como Andrés Aylwin, que desde la Democracia Cristiana, fue, es y será un referente que no se acomodó a los tiempos en materias tan trascendentes como los derechos humanos.
Si lo escrito no es suficiente argumento para justificar la disconformidad con la opinión ciudadana de ayer, vayamos a las imágenes.
Desde que trabajo como asesor pedagógico de un proyecto universitario sobre imágenes, mi forma de observar cambió. De todas formas no se requiere ser un Joan Ferrés o un Chistian Metz, para corroborar críticamente lo que a continuación señalaré. Sobretodo si pudieron ver ayer la portada del diario La Tercera.
En dicho medio -de derecha, como el 80% de la prensa escrita, los canales de televisión “públicos” y las cadenas radiales-, aparecían los dos candidatos de espaldas saludando a sus partidarios, en un ejercicio de empate icónico. Sin embargo las diferencias saltaban a la vista. La foto en que aparecía Piñera era una imagen en donde se apreciaban colores, en contraste con la de Frei; en la del candidato de derecha el público se apreciaba claramente, en la de Frei se notaba una nebulosa mancha de personas; en la de Piñera llegaba luz a la espalda del candidato y en la de Frei sólo sombra… Puede parecerles una cuestión exigua, pero estos medios venden simbólicamente una opinión y la imagen en ello es sustancial. Son los mismos medios que pudieron tergiversar y mostrar a su antojo la “revolución pingüina”, así como la muerte del dictador militar, cuando este mismo diario al que aludo se negó a poner la palabra “dictador” en portada y acompañó dicho titular con una colorida y dulzona imagen del anciano. Su actitud reflexiva en la foto incluso daba para pensar que moría un gran estadista y no el milico que se reunía los días martes con Manuel Contreras para dar luz verde a las atrocidades a las que se sometieron a demasiados chilenos, hijos del mismo país que estos infelices decían defender.
Una de mis fundamentales preocupaciones es que la concentración de los medios de comunicación, tradicionalmente en manos de derecha y administrada y subvencionada de la misma manera durante el período concertacionista, pase a ser un monopolio completo, porque si el escenario de hoy ya es trágico, con un presidente que es dueño de un canal de televisión y que podrá manejar a su antojo la línea editorial de La Nación –de los pocos medios no conservadores y bastante decente al menos el día domingo-, el tema podría ser simplemente asqueroso.
Hablemos de otras imágenes.
Cuando ya se oficializaba el primer cómputo de la tarde, los canales de televisión comenzaron a mostrar la alegría de los partidarios de la derecha: Miguel Piñera y su “Belencita” aparecían en primer plano; Arturo Longton hijo, José Miguel Viñuela y obviamente variados militantes RN y UDI. Es decir, mujercitas gomero, chicos realityes, animadores de programas juveniles de un profundo contenido social… Para más tarde dar paso a la animación del rey de la cultura televisiva: Kike Morandé, el mismo que animaba los cumpleaños de Pinochet y que a la mayoría de la gente debe parecerle un cuico “buena onda”. Las imágenes eran claras y al mismo tiempo terribles. Anunciaban el aporte cultural que existe detrás de este nuevo presidente. El mismo que tuvo que importar un intelectual desde el Perú, para dar al menos una señal en esa línea, ante la estrepitosa evidencia de carecer de figuras trascendentes del mundo artístico y cultural y menos aún con un programa que ponga de relevo el teatro, la música, la pintura, el cine y un largo ítem de etc que han hecho que este país se respire polifónicamente y se haga justicia al legado de poetas como Neruda y Mistral, escritores como Manuel Rojas, a directores teatrales como Andrés Pérez, a dramaturgos como Jorge Díaz, a músicos tan notables como Violeta y Víctor, a pintores como Antúnez y Matta, a cineastas como Helvio Soto y Patricio Kaulen, a actrices como Ana González o actores como Roberto Parada. Todos fallecidos y todos de izquierda.
En esa misma línea de preocupaciones, resulta maravilloso poder seguir un derrotero cultural con poetas como Nicanor Parra o Gonzalo Rojas, escritores como Antonio Skármeta o Alejandro Zambra, directores teatrales como Alfredo Castro y Manuela Infante, a dramaturgos como Radrigán y Luis Barrales, a músicos como Camila Moreno y Manuel García, los propios Inti, Congreso, Jaivas y un vasto listado de grupos diversos en el ámbito musical; cineastas como Andrés Wood o Caiozzi, actrices como la Di Girolamo, Tamara Acosta o Cata Saavedra y actores como Héctor Noguera, Nissim Sharim y Quercia. Todos vivos y todos de izquierda.
El listado omite a demasiados, pero es una muestra representativa de una sensibilidad artística que comparto profundamente y que frente al próximo gobierno no desaparecerá, pero pudiera ensombrecerse. La política cultural de este gobierno electo es una tremenda, y costosa, incertidumbre. Quienes aparecieron en las primeras tomas del triunfo ayer, generan demasiadas dudas.
Vamos a una última imagen.
Cuando la televisión mostraba ya la celebración de los partidarios piñeristas frente al Crowm Plaza –y ojo que varios canales hicieron primero contacto en directo con lugares de Las Condes, lo que vuelve a demostrar dónde está la base de votación de derecha del país-, las cámaras mostraron a un concurrente con un busto de Pinochet y la banda presidencial cruzada. Casi no admite comentario. Baste señalar que si algunos propios partidarios vinculan la celebración de ayer con la imagen del viejo dictador, es porque algo de esa sensibilidad está más que viva en la derecha de este país. No hace falta escuchar a lo “resentidos” de izquierda para dar con la razón de que en el alma de la derecha, esa “alma profunda” a la que se refirió ayer Piñera, citando a Huidobro –poeta que militó en el PC, tal vez habría sido mejor una cita de Vargas Llosa-, está anclado el autoritarismo, ese mismo autoritarismo que desea acabar con la delincuencia poniendo más carabineros en las calles, pues no se asume otra forma de aplacar un fenómeno de este tipo sino desde las consecuencias, no desde las causas.
Piñera llamó ayer a este comienzo “la transición joven”. Otro error. Ya no se quiere más transición. No basta un cambio por el cambio. Sus compañeros de labor son demasiado conocidos, aunque se vistan con piel de oveja, como para creerse herederos de un tiempo nuevo.
Porque la comunicación de masas y su concentración antidemocrática es mi preocupación, hoy más que antes; porque valoro el arte de este país y los espacios públicos para la cultura y las muestras artísticas variadas, porque me importa el pasado y la historia y porque las primeras imágenes de ayer no fueron muy optimistas, me siento intranquilo con esta elección. No comparto este gobierno. Desconfío del líder y sus secuaces. Al igual que la contratapa del último The Clinic, yo pensaba y sigo sosteniendo que Piñera, definitivamente NO.