Francisco Venegas
Profesor de Historia
Estas características han marcado fuertemente la historiografía nacional, construyendo lo que denominamos la Identidad Nacional, donde quienes hacen la historia son personajes virtuosos, relacionados con la construcción del Estado, una elite admirada y admirable, asociada con el progreso y la expansión del aparato estatal, manifestada en guerras y ocupaciones territoriales, donde estos “Héroes”[2] tienen una activa labor, políticos, extranjeros y especialmente militares, todos con bustos en las plazas de la capital y provincias, todos relacionados con eventos[3], con sus desfiles militares (aún en gobiernos civiles). En síntesis, estamos habituados a una historia contada a los pies de los monumentos, una historia muerta, que ya fue. Esta historia oficialista y estatizada, no es un capricho de los historiadores decimonónicos, ni tampoco una conspiración del Estado; responde a un contexto histórico. En los inicios de la historiografía nacional, cuando el naturalista Claudio Gay presenta en 1844 la primera “Historia física y política de Chile”, encargada por el gobierno del presidente conservador Manuel Bulnes, en una época donde un gobierno centralista y autoritario, pretende reforzar la identidad nacional, asociada al crecimiento del Estado, la historia positivista se convierte en una herramienta eficaz para estos objetivos. “El historiador del siglo XIX ayuda a construir la imagen fundacional de la elite, dicta las pautas de la historia oficialista”[4]
La historia del siglo XIX es construida por las personas que están en el poder y no necesariamente por quienes hacen la historia, cualquier intento por construir una historia diferente, alejada del positivismo estatal, es rápidamente anulada por el peso de un academicismo estatal amparado por la elite, representada por la Universidad de Chile[5], tal es el caso de José Victorino Lastarria, cuyo esfuerzo de crear una “Filosofía de la historia” fue constantemente socavado y subestimado por este academicismo, quienes valoraron su obra desde el punto de vista literario, pero que la despreciaron en su aporte histórico. Andrés Bello su mentor y principal critico afirmaba: “No hay peor guía que la filosofía sistemática, que no ve las cosas como son, sino como concuerdan con su sistema”[6] La doctrina de Lastarria es recordada como una anécdota en la historiografía nacional, muy pocos destacan su real importancia y su lugar en la historia oficialista es menor, casi marginal, el Estado con su eficaz engranaje se ha encargado de sepultar el sueño de este historiador:
“He aquí el motivo que nos ha inspirado la idea de historiar la marcha de nuestra doctrina, pues ella puede vindicar un puesto en el movimiento intelectual de nuestra América, y al sacarla del olvido, más nos mueve la honra de nuestras letras que el propósito de conquistar un lauro para nosotros”[7]
La historia tradicional ligada a los hechos y al positivismo, termina imponiéndose en un contexto histórico favorable, representado por la consolidación del Estado autoritario, donde la historia contada es la de los vencedores en Lircay[8]. Sus narradores comparten la metodología propuesta por el rector de la Universidad de Chile[9] y en sus obras construyen el perfil de la historiografía tradicional. Los eventos descritos representan nuestra historia clásica, a la ya mencionada obra de Claudio Gay, sumamos en esta misma línea, la magna obra de Diego Barros Arana[10] quien realiza un esfuerzo sistemático y detallado, en la búsqueda de fuentes históricas, tanto en el país como en España y Perú. Su obra esta directamente ligada a Bello, al Estado y en oposición a Lastarria: “Han nacido historias, llamadas vulgarmente filosóficas, con pocos hechos, que estos ocupan un lugar secundario y como simple accesorio, para la comprobación de conclusiones generales”[11]
La historia que inspira a los autores del siglo XIX, tuvo referentes europeos como Barthold Georg Niebuhr[12] y Leopold Von Ranke[13], quienes vinculan el discurso narrativo con un trabajo documental exhaustivo, teniendo el tema de la objetividad histórica como problema principal, objetividad que pretende estar presente en la historia de Barros Arana y sus contemporáneos. Llama la atención la relación contradictoria entre esta historiografía y el Estado chileno; por un lado esta historia se construye como apoyo a la identidad histórica del Estado centralista, con eventos que marcan los orígenes del aparato estatal y con héroes que son sus fundadores, sin embargo el propio Estado que estimula esta forma de hacer historia, no la financia y no la tiene entre sus prioridades, provocando que los historiadores de la época no se dediquen exclusivamente a la disciplina y muchos de ellos financian la publicación de sus investigaciones, poniendo en peligro su propia economía doméstica. El Estado es un padre que formó la historiografía nacional y la abandonó, pero el abandono no fue total, ya que creó instituciones académicas que ampararon a este Huacho, la Universidad de Chile y el Instituto Nacional, espacios donde aparecen varios historiadores conservadores como Ricardo Krebs[14], liberales como Julio Heisse[15] y de izquierda como Julio César Jobet[16]. Estas instituciones cobijaron la labor historiográfica de fines del siglo XIX y comienzos del XX, con el Estado como un mero observador, vigilante, opresor, pero pasivo en su financiamiento.
Durante el siglo XX y bajo la cobija de la historia positivista, encontramos dos realidades historiográficas, por un lado una historia descriptiva, basada en hechos objetivos y apoyados en fuentes escritas, donde sus autores son verdaderos eruditos y “ratones de biblioteca”, los que he denominado los “Sabios docentes”[17] y, por otro lado tenemos a los “Ideólogos conservadores”[18], quienes en sus letras no pretenden sólo dar cuenta de eventos. Su pretensión es mayor: quieren dar cuenta de su pensamiento e influir políticamente a través de ellos, estos ideólogos pretenden formar parte del Estado y como tal quieren construir una historia que se adapte a ese “Estado en forma”[19]. Entre los sabios docentes encontramos a José Toribio Medina[20], Guillermo Feliú Cruz[21] y Eugenio Pereira Salas[22], quienes hacen una historia descriptiva, basada en la recopilación bibliográfica, la formación de bibliotecas y archivos de fuentes; son los encargados de armar el sustento historiográfico para los futuros investigadores. Los ideólogos conservadores, son la antítesis de los ya mencionados; su herencia no son sólo sus investigaciones, sino que también su pensamiento político y como este articula su visión de Estado. Jaime Eyzaguirre[23], Alberto Edwards[24] y Francisco Antonio Encina[25], son los principales exponentes de la historia conservadora; se sienten parte de la aristocracia colonial y con ello depositarios de las raíces de la tradición elitista del país, creen y confían en la autoridad estatal, como reguladora de los vicios del pueblo. Su mirada es colonialista, basada en la elite y el desempeño de sus personajes señeros en la construcción del Estado y con sus obras arman una explicación funcional para entender las fortalezas y debilidades del Estado centralista.
“Desde 1930 a 1970 se inicia el concepto del historiador académico, con trabajos evaluados por sus pares, si alguno de ellos se dedica al ensayismo, solo es momentáneo, ya que lo más importante es la investigación historiográfica, la idea es que su trabajo sea publicado, circular dentro del medio”[26] En la segunda mitad del siglo XX aparece una historiografía academicista, con nuevas corrientes, donde la descripción de hechos no satisface al historiador, el cual siente la necesidad de profundizar en los procesos políticos, económicos y sociales que posibilitan la ocurrencia de los hechos, destacándose fundamentalmente en este contexto, la corriente estructuralista influenciada por los Annales[27], que se centra en el estudio de la economía y sociedad, destacándose autores como Álvaro Jara, Néstor Meza Villalobos, Rolando Mellafe, Sergio Villalobos, Armando de Ramón y Mario Góngora. Ellos representan una historia que se aleja de la descripción del hecho, aún en el plano del dominio estatal y de las elites, pero enfocados a los procesos de larga duración. Otra corriente destacada en esta época es la marxista clásica, la cual se asemeja a la estructuralista en la historia de las ideas y la descripción del mundo colonial, pero al escribir sus autores hacen una propuesta política, tienen un compromiso militante y conjugan el ensayismo con investigación empírica pura. A diferencia de la historia puramente estatal y elitista, los marxistas pretenden refrescar el estudio histórico, creando conciencia en las masas marginadas, el proletariado urbano principalmente, destacándose entre sus autores a Julio César Jobet, Luís Vitale y Ramírez Necochea; para ellos la única forma de revertir la historia centralista del siglo XIX, es promover un proyecto histórico protagónico del proletariado. Ambas tendencias, estructuralismo y marxismo, rompen con las formas clásicas de escribir la historia, conciben la investigación no como un relato de acontecimientos, sino como una problematización de dichos acontecimientos.
En la etapa previa al golpe militar de 1973, los estudios historiográficos vivían un interesante debate entre la historia tradicional que enaltecía al Estado y la historia de corte marxista que pretendían convertir al proletariado en protagonista de la historia, sin embargo el quiebre institucional que produce la intervención militar, genera una crisis en la historiografía nacional, donde todo lo avanzado en las diferentes corrientes, estructuralista, marxista y conservadora, se borra de un plumazo (o a punta de fúsil) volviendo a la historia del manual, que pretende ordenar al país en torno al militarismo y los símbolos patrios, funcionales al modelo de Estado neoliberal que se impone durante dictadura. Después de una etapa de oscurantismo intelectual, promovido por la represión del 73’ al 80’, aparecen un grupo de historiadores que publican en Chile y extranjero que pretenden retomar la ruta historiográfica, con la desventaja de escribir en dictadura, algo debilitada en el control social, pero eficiente en la consolidación del aparato estatal. Se destacan Sol Serrano, Cristian Gazmuri, Sofía Correa y Matías Tagle, quienes publican en la revista “Hoy”. En el extranjero y en calidad de exiliados, se reestructura la nueva historia social, un neo marxismo independiente de una gran teoría y abocado al estudio de las clases populares, recuperando la importancia del proyecto histórico popular. En Inglaterra se funda la revista “Nueva Historia”, donde se destacan Leonardo León y Gabriel Salazar; en 1985 este último vuelve a Chile y pública su obra principal “Labradores, Peones y Proletarios”, donde construye un discurso político que rescata a las minorías, ve al pueblo como el proletariado con conciencia de clase, con su identidad e historicidad, creando así su propio proyecto social. Con la llegada de la democracia pactada en 1989, la historia social de Salazar ha ocupado un lugar importante en la nueva historia, rescatando a grupos populares marginados de la historiografía, dando una nueva valoración a los acontecimientos y los sujetos.
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[1] Apuntes clases de Historiografía chilena contemporánea, Marco Antonio León, 20 de Abril 2007.
[2] Hago clara referencia a la serie de Canal 13, que dramatiza acontecimientos tradicionales de la historia chilena y enfatizada la imagen de personajes como O´Higgins, Carrera o Rodríguez.
[3] Llamaré así a estos hechos que marcan el calendario o el imaginario histórico social, nacimientos, batallas o celebraciones “Patrióticas”
[4] Apuntes clases de Historiografía chilena contemporánea, Marco Antonio León, 20 de Abril 2007.
[5] Fundada en 1842 por el Venezolano Andrés Bello, al amparo del gobierno conservador de Manuel Bulnes.
[6] Modo de escribir la historia. Andrés Bello. “Opúsculos literarios y críticos”. 1845. p 107.
[7] Recuerdos literarios. José Victorino Lastarria. P 229.
[8] Batalla definitiva de la guerra civil de 1829, donde la clase Pelucona o conservadora, acaba con el proyecto liberal federalista, para continuar con el modelo de Estado colonial centralista.
[9] Andrés Bello presenta esta propuesta en su texto “Modo de escribir la historia” en 1845.
[10] Historia General de Chile, compuesta por 16 tomos, que terminó de escribir en 1902, demorándose 20 años en terminarla.
[11] Historia General de Chile. Diego Barros Arana. Prólogo. p VIII.
[12] Hombre de Estado alemán e historiador del siglo XVIII
[13] Historiador alemán, considerado el padre de la historia científica.
[14] Chileno doctor en filosofía con mención en historia en la Universidad de Leipzig Alemania.
[15] Historiador constitucionalista.
[16] Marxista clásico.
[17] Todos relacionados con la docencia en el Instituto Nacional o en la Universidad de Chile.
[18] Vinculados a la política contingente y asociados al partido conservador.
[19] Concepto presente en la obra “La decadencia de Occidente” de Oswald Spengler
[20] Historiador chileno, publicó en su propia imprenta la “Colección de historiadores de Chile” y “Colección de documentos inéditos para la historia de Chile”
[21] Historiador chileno, discípulo de Medina, docente de la Universidad de Chile y con 500 publicaciones, entre las que se destacan el estudio de las fuentes históricas, el género biográfico y la historiografía.
[22] Historiador chileno, dedico gran parte de su obra a los estudios de las manifestaciones artísticas y culturales de Chile.
[23] Historiador conservador, que en sus escritos intenta el rescate del legado hispano.
[24] Historiador, ensayística y político conservador, creador de “La fronda aristocrática”
[25] Historiador y político conservador, creador entre otras obras de “Nuestra inferioridad económica”
[26] Apuntes clases de Historiografía chilena contemporánea, Marco Antonio León 15 de Junio 2007.
[27] Escuela historiográfica francesa fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre.
Profesor de Historia
Magíster (c) Historia de Chile, ARCIS
“ Se afirma que la historiografía del siglo XIX se caracterizaba por ser narrativa, positivista, política y militar, de la elite, objetiva y basada en documentos escritos oficiales”[1]
Estas características han marcado fuertemente la historiografía nacional, construyendo lo que denominamos la Identidad Nacional, donde quienes hacen la historia son personajes virtuosos, relacionados con la construcción del Estado, una elite admirada y admirable, asociada con el progreso y la expansión del aparato estatal, manifestada en guerras y ocupaciones territoriales, donde estos “Héroes”[2] tienen una activa labor, políticos, extranjeros y especialmente militares, todos con bustos en las plazas de la capital y provincias, todos relacionados con eventos[3], con sus desfiles militares (aún en gobiernos civiles). En síntesis, estamos habituados a una historia contada a los pies de los monumentos, una historia muerta, que ya fue. Esta historia oficialista y estatizada, no es un capricho de los historiadores decimonónicos, ni tampoco una conspiración del Estado; responde a un contexto histórico. En los inicios de la historiografía nacional, cuando el naturalista Claudio Gay presenta en 1844 la primera “Historia física y política de Chile”, encargada por el gobierno del presidente conservador Manuel Bulnes, en una época donde un gobierno centralista y autoritario, pretende reforzar la identidad nacional, asociada al crecimiento del Estado, la historia positivista se convierte en una herramienta eficaz para estos objetivos. “El historiador del siglo XIX ayuda a construir la imagen fundacional de la elite, dicta las pautas de la historia oficialista”[4]
La historia del siglo XIX es construida por las personas que están en el poder y no necesariamente por quienes hacen la historia, cualquier intento por construir una historia diferente, alejada del positivismo estatal, es rápidamente anulada por el peso de un academicismo estatal amparado por la elite, representada por la Universidad de Chile[5], tal es el caso de José Victorino Lastarria, cuyo esfuerzo de crear una “Filosofía de la historia” fue constantemente socavado y subestimado por este academicismo, quienes valoraron su obra desde el punto de vista literario, pero que la despreciaron en su aporte histórico. Andrés Bello su mentor y principal critico afirmaba: “No hay peor guía que la filosofía sistemática, que no ve las cosas como son, sino como concuerdan con su sistema”[6] La doctrina de Lastarria es recordada como una anécdota en la historiografía nacional, muy pocos destacan su real importancia y su lugar en la historia oficialista es menor, casi marginal, el Estado con su eficaz engranaje se ha encargado de sepultar el sueño de este historiador:
“He aquí el motivo que nos ha inspirado la idea de historiar la marcha de nuestra doctrina, pues ella puede vindicar un puesto en el movimiento intelectual de nuestra América, y al sacarla del olvido, más nos mueve la honra de nuestras letras que el propósito de conquistar un lauro para nosotros”[7]
La historia tradicional ligada a los hechos y al positivismo, termina imponiéndose en un contexto histórico favorable, representado por la consolidación del Estado autoritario, donde la historia contada es la de los vencedores en Lircay[8]. Sus narradores comparten la metodología propuesta por el rector de la Universidad de Chile[9] y en sus obras construyen el perfil de la historiografía tradicional. Los eventos descritos representan nuestra historia clásica, a la ya mencionada obra de Claudio Gay, sumamos en esta misma línea, la magna obra de Diego Barros Arana[10] quien realiza un esfuerzo sistemático y detallado, en la búsqueda de fuentes históricas, tanto en el país como en España y Perú. Su obra esta directamente ligada a Bello, al Estado y en oposición a Lastarria: “Han nacido historias, llamadas vulgarmente filosóficas, con pocos hechos, que estos ocupan un lugar secundario y como simple accesorio, para la comprobación de conclusiones generales”[11]
La historia que inspira a los autores del siglo XIX, tuvo referentes europeos como Barthold Georg Niebuhr[12] y Leopold Von Ranke[13], quienes vinculan el discurso narrativo con un trabajo documental exhaustivo, teniendo el tema de la objetividad histórica como problema principal, objetividad que pretende estar presente en la historia de Barros Arana y sus contemporáneos. Llama la atención la relación contradictoria entre esta historiografía y el Estado chileno; por un lado esta historia se construye como apoyo a la identidad histórica del Estado centralista, con eventos que marcan los orígenes del aparato estatal y con héroes que son sus fundadores, sin embargo el propio Estado que estimula esta forma de hacer historia, no la financia y no la tiene entre sus prioridades, provocando que los historiadores de la época no se dediquen exclusivamente a la disciplina y muchos de ellos financian la publicación de sus investigaciones, poniendo en peligro su propia economía doméstica. El Estado es un padre que formó la historiografía nacional y la abandonó, pero el abandono no fue total, ya que creó instituciones académicas que ampararon a este Huacho, la Universidad de Chile y el Instituto Nacional, espacios donde aparecen varios historiadores conservadores como Ricardo Krebs[14], liberales como Julio Heisse[15] y de izquierda como Julio César Jobet[16]. Estas instituciones cobijaron la labor historiográfica de fines del siglo XIX y comienzos del XX, con el Estado como un mero observador, vigilante, opresor, pero pasivo en su financiamiento.
Durante el siglo XX y bajo la cobija de la historia positivista, encontramos dos realidades historiográficas, por un lado una historia descriptiva, basada en hechos objetivos y apoyados en fuentes escritas, donde sus autores son verdaderos eruditos y “ratones de biblioteca”, los que he denominado los “Sabios docentes”[17] y, por otro lado tenemos a los “Ideólogos conservadores”[18], quienes en sus letras no pretenden sólo dar cuenta de eventos. Su pretensión es mayor: quieren dar cuenta de su pensamiento e influir políticamente a través de ellos, estos ideólogos pretenden formar parte del Estado y como tal quieren construir una historia que se adapte a ese “Estado en forma”[19]. Entre los sabios docentes encontramos a José Toribio Medina[20], Guillermo Feliú Cruz[21] y Eugenio Pereira Salas[22], quienes hacen una historia descriptiva, basada en la recopilación bibliográfica, la formación de bibliotecas y archivos de fuentes; son los encargados de armar el sustento historiográfico para los futuros investigadores. Los ideólogos conservadores, son la antítesis de los ya mencionados; su herencia no son sólo sus investigaciones, sino que también su pensamiento político y como este articula su visión de Estado. Jaime Eyzaguirre[23], Alberto Edwards[24] y Francisco Antonio Encina[25], son los principales exponentes de la historia conservadora; se sienten parte de la aristocracia colonial y con ello depositarios de las raíces de la tradición elitista del país, creen y confían en la autoridad estatal, como reguladora de los vicios del pueblo. Su mirada es colonialista, basada en la elite y el desempeño de sus personajes señeros en la construcción del Estado y con sus obras arman una explicación funcional para entender las fortalezas y debilidades del Estado centralista.
“Desde 1930 a 1970 se inicia el concepto del historiador académico, con trabajos evaluados por sus pares, si alguno de ellos se dedica al ensayismo, solo es momentáneo, ya que lo más importante es la investigación historiográfica, la idea es que su trabajo sea publicado, circular dentro del medio”[26] En la segunda mitad del siglo XX aparece una historiografía academicista, con nuevas corrientes, donde la descripción de hechos no satisface al historiador, el cual siente la necesidad de profundizar en los procesos políticos, económicos y sociales que posibilitan la ocurrencia de los hechos, destacándose fundamentalmente en este contexto, la corriente estructuralista influenciada por los Annales[27], que se centra en el estudio de la economía y sociedad, destacándose autores como Álvaro Jara, Néstor Meza Villalobos, Rolando Mellafe, Sergio Villalobos, Armando de Ramón y Mario Góngora. Ellos representan una historia que se aleja de la descripción del hecho, aún en el plano del dominio estatal y de las elites, pero enfocados a los procesos de larga duración. Otra corriente destacada en esta época es la marxista clásica, la cual se asemeja a la estructuralista en la historia de las ideas y la descripción del mundo colonial, pero al escribir sus autores hacen una propuesta política, tienen un compromiso militante y conjugan el ensayismo con investigación empírica pura. A diferencia de la historia puramente estatal y elitista, los marxistas pretenden refrescar el estudio histórico, creando conciencia en las masas marginadas, el proletariado urbano principalmente, destacándose entre sus autores a Julio César Jobet, Luís Vitale y Ramírez Necochea; para ellos la única forma de revertir la historia centralista del siglo XIX, es promover un proyecto histórico protagónico del proletariado. Ambas tendencias, estructuralismo y marxismo, rompen con las formas clásicas de escribir la historia, conciben la investigación no como un relato de acontecimientos, sino como una problematización de dichos acontecimientos.
En la etapa previa al golpe militar de 1973, los estudios historiográficos vivían un interesante debate entre la historia tradicional que enaltecía al Estado y la historia de corte marxista que pretendían convertir al proletariado en protagonista de la historia, sin embargo el quiebre institucional que produce la intervención militar, genera una crisis en la historiografía nacional, donde todo lo avanzado en las diferentes corrientes, estructuralista, marxista y conservadora, se borra de un plumazo (o a punta de fúsil) volviendo a la historia del manual, que pretende ordenar al país en torno al militarismo y los símbolos patrios, funcionales al modelo de Estado neoliberal que se impone durante dictadura. Después de una etapa de oscurantismo intelectual, promovido por la represión del 73’ al 80’, aparecen un grupo de historiadores que publican en Chile y extranjero que pretenden retomar la ruta historiográfica, con la desventaja de escribir en dictadura, algo debilitada en el control social, pero eficiente en la consolidación del aparato estatal. Se destacan Sol Serrano, Cristian Gazmuri, Sofía Correa y Matías Tagle, quienes publican en la revista “Hoy”. En el extranjero y en calidad de exiliados, se reestructura la nueva historia social, un neo marxismo independiente de una gran teoría y abocado al estudio de las clases populares, recuperando la importancia del proyecto histórico popular. En Inglaterra se funda la revista “Nueva Historia”, donde se destacan Leonardo León y Gabriel Salazar; en 1985 este último vuelve a Chile y pública su obra principal “Labradores, Peones y Proletarios”, donde construye un discurso político que rescata a las minorías, ve al pueblo como el proletariado con conciencia de clase, con su identidad e historicidad, creando así su propio proyecto social. Con la llegada de la democracia pactada en 1989, la historia social de Salazar ha ocupado un lugar importante en la nueva historia, rescatando a grupos populares marginados de la historiografía, dando una nueva valoración a los acontecimientos y los sujetos.
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[1] Apuntes clases de Historiografía chilena contemporánea, Marco Antonio León, 20 de Abril 2007.
[2] Hago clara referencia a la serie de Canal 13, que dramatiza acontecimientos tradicionales de la historia chilena y enfatizada la imagen de personajes como O´Higgins, Carrera o Rodríguez.
[3] Llamaré así a estos hechos que marcan el calendario o el imaginario histórico social, nacimientos, batallas o celebraciones “Patrióticas”
[4] Apuntes clases de Historiografía chilena contemporánea, Marco Antonio León, 20 de Abril 2007.
[5] Fundada en 1842 por el Venezolano Andrés Bello, al amparo del gobierno conservador de Manuel Bulnes.
[6] Modo de escribir la historia. Andrés Bello. “Opúsculos literarios y críticos”. 1845. p 107.
[7] Recuerdos literarios. José Victorino Lastarria. P 229.
[8] Batalla definitiva de la guerra civil de 1829, donde la clase Pelucona o conservadora, acaba con el proyecto liberal federalista, para continuar con el modelo de Estado colonial centralista.
[9] Andrés Bello presenta esta propuesta en su texto “Modo de escribir la historia” en 1845.
[10] Historia General de Chile, compuesta por 16 tomos, que terminó de escribir en 1902, demorándose 20 años en terminarla.
[11] Historia General de Chile. Diego Barros Arana. Prólogo. p VIII.
[12] Hombre de Estado alemán e historiador del siglo XVIII
[13] Historiador alemán, considerado el padre de la historia científica.
[14] Chileno doctor en filosofía con mención en historia en la Universidad de Leipzig Alemania.
[15] Historiador constitucionalista.
[16] Marxista clásico.
[17] Todos relacionados con la docencia en el Instituto Nacional o en la Universidad de Chile.
[18] Vinculados a la política contingente y asociados al partido conservador.
[19] Concepto presente en la obra “La decadencia de Occidente” de Oswald Spengler
[20] Historiador chileno, publicó en su propia imprenta la “Colección de historiadores de Chile” y “Colección de documentos inéditos para la historia de Chile”
[21] Historiador chileno, discípulo de Medina, docente de la Universidad de Chile y con 500 publicaciones, entre las que se destacan el estudio de las fuentes históricas, el género biográfico y la historiografía.
[22] Historiador chileno, dedico gran parte de su obra a los estudios de las manifestaciones artísticas y culturales de Chile.
[23] Historiador conservador, que en sus escritos intenta el rescate del legado hispano.
[24] Historiador, ensayística y político conservador, creador de “La fronda aristocrática”
[25] Historiador y político conservador, creador entre otras obras de “Nuestra inferioridad económica”
[26] Apuntes clases de Historiografía chilena contemporánea, Marco Antonio León 15 de Junio 2007.
[27] Escuela historiográfica francesa fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre.
1 comentario:
Interesante discusión historiográfica, bien hilvanada y seria...Hace tiempo el profesor Venegas presentói una reflexión iguald e valiosa y eso se agradece...más aún hoy, tiempo en el cual se sigue hablando del otóño de la teoría en la Historiografía
Pedro Meliñir
Santiago
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